Cuando apenas quedan unas horas para cerrar el plazo, mi vida es un dilema...
Votar o no votar. Esa es la cuestión. ¿Qué es más noble para el alma?¿Sufrir los golpes y las flechas de la injusta mayoría, o tomar las de villadiego contra una mar de votos y huyendo de ellos, encontrar el fin?
Abstenerse, dormir... nada más; y con un sueño poder decir que acabamos con el sufrimiento de la votación y los cuatro nominados que por naturaleza son herencia de los votos... Es un final piadosamente deseable. Abstenerse, dormir, dormir... quizás soñar... Ahí está la dificultad. Ya que en ese sueño de votos, los nominados que pueden venir cuando nos hayamos despojado de la confusión de la votación, nos hace frenar el impulso. Ahí está el respeto que hace de tan larga votación una calamidad. Pues quien soportaría los latigazos y los insultos de Alberto Vazquez, la injusticia del comite de selección, el desprecio de los criticados, el dolor penetrante de un corto despreciado como "The King of Streets", la tardanza del streaming, la insolencia de Isabel Poveda, y los insultos que el merito paciente como Casting recibe del indigno como Bestia cuando él mismo podría desquitarse de ellos con un voto. Ver y votar bajo una lista de finalistas trucada, pero el temor a los eliminados despues de la votación - la eliminación sin descubrir, de cuya frontera ningún corto vuelve - aturde la voluntad y nos hace soportar los males que sentimos en vez de votar a otros que desconocemos. La conciencia nos hace cobardes a todos. Y así el nativo color de la abstención enferma por el hechizo pálido del pensamiento y cortos de gran importancia y peso con lo que a esto se refiere, sus corrientes se desbordan y pierden el nombre de acción.
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