Han pasado un par de meses de letargo desde mi última entrada, a la espera de que un nuevo festival online me motive y me empuje a salir de esta modorra.
Tiempo por tanto para descansar, la forma políticamente correcta de decir vaguear, y para alimentar mi barriga con el mismo mimo y cuidado que empleo en dejar morir este blog lentamente, cual infantil torturador de moscas. Las semanas pasan, y los festivales online no llegan... así que el tamaño de mi barriga empieza a amenazar mi preciada colección de camisetas veraniegas. No me preocupa que mi perímetro abdominal pueda poner en riesgo la resistencia del algodón a la fractura por dilatación, pero sí que, fruto de tanta elasticidad algodonil, el Hong-Kong-Fui que adorna una de mis más queridas camisetas empieza a parecer cada vez más el ñoño Kun-Fu Panda, y la exuberante pero prieta Wonder Woman que adorna otra se está convirtiendo en una desparramada megavixens de Russ Mayer.
Asisto imperterrito al inexorable derrumbe de mi pequeño universo. Mis series de cabecera se desmoronan. ¿Conseguirá Dexter seguir gozando de mi favor tras la pérdida de la inocente y sensual Rita? ¿Cual será mi interés hacia House sin la fantasía dominatrix de Cuddy? Hicieron falta muchos catálogos de la Semana de Oro para poder superar la marcha de 13... así que no sé si estoy preparado para superar otro golpe.
Ni siquiera la humillación de descubrir que mi primo Gerardito es el autor de un blog ha conseguido sacarme de este estado. Mi primo, orgullo de toda la familia en general y de mis tías en particular, convertido ahora en referencia cultural y de opinión del círculo familiar, por encima de lecturas clásicas como el Pronto, el Hola y el 20 Minutos. Como muchos comprendereis, encontrar a tu madre presumiendo con la vecina del blog de tu primo mientras oculta la existencia del tuyo debería ser motivo de dolor y sufrimiento... a no ser que tu respeto por el criterio cultural y varguandista de tu madre sea inversamente proporcional a tu respeto y dependencia por su arte en las tareas domésticas, como es mi caso.
Solo mis semanales viajes por el hiperespacio me mantienen en contacto con el mundo exterior... no, no es que me tome ningún alucinogeno, más allá de mi dosis de supervivencia de Red Bull. El hiperespacio, o mejor dicho, el hiper espacio, es tan real como el Bar Sevilla. Su nombre oficial es Carrefour... pero los del barrio de toda la vida lo conocen como el Pryca. ¿Y a ver quien es el valiente que se atreve a rebatir a mi madre que la dueña del herbolario está confundida, y sobretodo, enseñarle a decir Carrefour correctamente?. Me río yo del trabajo de Geoffrey Rush con la tartamudez del rey Jorge. Bueno, todos lo llaman Pryca... menos mi primo Gerardito que, como triunfador que es, lo pronuncia en un perfecto francés cada vez que nos dice: "yo siempre compro en el hipercor, allí venden marcas que no tiene el caggrefurg". ¡Coño, si quieres marcas raras, vete al Lidl!, me quedo siempre con ganas de decirle. El día que decida dirigirle la palabra de nuevo se lo digo y me quedo tan ancho (más ancho aún si es posible, para desgracia de Hong-Kong-Fui).
A lo que ibamos. Que uno sea un friki no quiere decir que esté a salvo de ciertas obligaciones familiares, entre las que se encuentran poner en hora el video cada vez que salta la luz, y viajar al hiperespacio cada semana a bordo de mi viejo caza, modelo 4L, acompañado por mi androide de bolsillo llamado Galaxy, con la misión de abastecer de viveres a las fuerzas rebeldes.
El hiperespacio es un lugar fascinante. El único rincón del universo que conozco donde existen mujeres capaces de dirigirse a mi con amabilidad... e incluso con una sonrisa, cuando son cajeras novatas, y acaban de empezar su turno.
Pero este fin de semana ha ocurrido algo que ha alterado el equilibrio de la fuerza, algo capaz de sacarme de mi letargo. Porque no solo de Red Bull vive mi tripa, cada vez que visito el hiperespacio me premio con un helado doble, de sorbete de cerezas y café capuchino. Supongo que a más de un lector (si los hubiese todavía) le puede parecer una combinación extraña de sabores, pero cualquiera que haya padecido una sobreexposición al corte de nata-fresas en su infancia o, en su defecto, una adulta adicción al Red Bull, podrá entender mi elección sin cuestionarla.
Pues bien, en esta ocasión el dependiente de la heladería del hiperespacio me ha anunciado que ya no tienen el sabor capuchino porque su empresa ha decidido retirarlo del mercado. Paralizado por la noticia, decido prescindir de mi recompensa, lo que ha dibujado en la cara del dependiente una indisimulada sonrisa de satisfacción y alivio, harto de mis constantes reclamaciones y protestas, unas veces por la temperatura del helado, otras por su textura, la falta de crujiente del cucurucho o la cantidad del topping. Llego a casa indignado, tanto como para cometer la tontería de contarselo a mi madre, tan impermeable a mis desgracias como sensible a las de Belén Esteban. Y, en lugar de escandalizarse, como dicta el manual de la buena madre, a la mía no se le ocurre otra cosa mejor que proponerme pedir la próxima vez helado de café, en lugar de capuchino... ¡Habrase visto! Seguro que si yo le propusiese ver DEC en lugar de Salvame me mandaría a tomar viento fresco inmediatamente.
Indignado e incomprendido, en un momento de turbación llego a plantearme acudir a la acampada de Sol para presentar una propuesta que impida a los fabricantes de helados la retirada de ningún sabor sin una consulta previa a sus clientes. Por desgracia para mi causa, siempre fui un terrible boy-scout, y la sola idea de dormir en el suelo hace estremecerse mis principios. Así que no me queda otro remedio que iniciar mi protesta desde internet. Ya estoy pensando en un trendtopic para el twitter...
Fabricantes de helados del mundo, temblad.